¿Quien motiva al motivador?
El Blog de David Balaguer
Introducción
El cerebro de Einstein
El futuro no existe
Sesenta años. Seis tramos de aprendizajes. Uno por cada década.
1. Las cosas importantes sobre cómo vivir las aprendes en la primera
década (casi en el parvulario): Comparte. Juega limpio. No pegues. Vuelve a
dejar las cosas donde las has encontrado. Limpia lo que hayas ensuciado. No
cojas cosas que no son tuyas. Pide perdón cuando lastimes a alguien. Lávate las
manos antes de comer. En la calle, vigila el tráfico, da la mano y no te
separes.
A mirar y a
maravillarte de lo que ves. A curiosear. Para saber más.
Tardas mucho
tiempo en comprobar que si coges cualquiera de estos aprendizajes y los
traduces en términos adultos y los aplicas en tu vida familiar, trabajo o
mundo, siguen siendo verdaderos, claros y firmes.
2. En la segunda década aprendes que el futuro no existe nunca: solo
hay escenarios posibles y probables. Que solo importa si apruebas este examen
olvidándote del siguiente. Solo importa si te ha mirado o no aquella chica. De
si estás a la altura cuando lo hace. De si tienes suficiente para el bocata, o
para tomar una coca-cola con ella: el futuro no existe nunca: solo hay
escenarios posibles y probables. Y que, cuando pasan estos escenarios, nunca
son como los habíamos imaginado.
3. De los veinte a los treinta empiezas a darte cuenta de muchas de
las cosas que te estaban pasando desapercibidas en la década anterior.
Que los que más autoridad moral tienen son los que menos
lecciones dan y, en cambio, son de quien más lecciones te llevas. Que se
puede perder la razón defendiendo que tienes razón. Que el amor es la respuesta
a muchas preguntas. Que amar implica sufrir, pero esquivar el amor por huir del
sufrimiento es un mal negocio. Que en lugar de desear lo que nos falta y que no
depende de nosotros conseguir, debemos tender a saber disfrutar de lo que
tenemos.
4. En la década siguiente no te da la vida. No tienes tiempo para nada
o no te da tiempo de hacer todo lo que quieres/te apetece/crees que deberías
hacer. Por lo tanto, no tienes tiempo para aprender. O eso es lo que crees.
Tardarás todavía un tiempo en descubrir que, precisamente haciendo, es como se
aprende.
Y fue que
estudiar y aprender son hijos de la curiosidad. Y que, si hacemos cada cosa a
conciencia, como si nos fuera la vida, el resultado será mejor y nuestra
satisfacción, también. Aunque deberemos saber relativizar las cosas que
hacemos, porque -desengañémonos- rara vez nos va la vida. (Este párrafo es
mucho más profundo de lo que puede parecer por su longitud o sencillez).
5. De los cuarenta a los cincuenta aprendí que el motor que vale la
pena perseguir es la ilusión. Que la ilusión te empuja a proyectar escenarios.
Aunque, cuando pasen, no serán como los habíamos imaginado.
Que encontramos
tiempo para lo que queremos. Que el sentido de la vida no es un secreto
escondido no sé dónde: la vida tiene el sentido que queramos darle. Que cuando coges
un atajo para evitar tu destino estás tomando el camino que te lleva hacia él.
Que me gusta
más volver a los lugares que ir por primera vez. Que la felicidad es, un
momento, que no tiene ninguna prisa.
Que solo nos
debería importar qué dicen de nosotros las personas que nos importan. Que
construir relaciones a prueba de roturas es un reto mágico. Que el sonido de
llamada del teléfono se debe cambiar a menudo porque hay músicas que te llevan
atrás sin la compañía de la nostalgia.
6. En esta última he aprendido que de la zona de confort no se sale:
Se amplía haciéndola más grande en cada aprendizaje. Que "todo irá
bien" es una falacia: Es esconder la cabeza y no hacer lo que sabes que
tienes que hacer. Que el riesgo cero es un concepto inexistente: vivir es
asumir riesgos. Que estar vivo es un regalo, no un derecho.
Que solo son
dignos de envidia aquellos que no envidian nadie. Que es un lujo tener cerca la
gente que nos sabe hacer reír. Pero aún lo es más tener cerca aquella gente que
está cuando hay que estar, tanto si nos hace reír como si no. Alguien que sepa
venir a nuestro rincón para decirnos que ¡venga!, que ¡mañana será otro día!
Que, en el fondo del fondo, estamos solos con nosotros mismos y basta. Que sin salud no hay nada que valga la pena. Que la felicidad de los ignorantes no la quiero para nada. Que solo podemos manejar la verdad, por dura que sea.
Que hacerse mayor solo es una cuestión de tiempo.
Y Queda tiempo.
Un tiempo para vivir más lento. Para respirar lento. A sentarme frente al mar disfrutándolo, sin la necesidad de decírselo a otro.
Un tiempo para volver a temblar con un susurro en la nuca antes que hacerlo por tener la batería baja. Porque sé que contarnos cosas a través de la pantalla helada no es lo mismo.
Un tiempo para estar cómodo en el silencio. Para disfrutar más de un "me gusta" en el ombligo que de mil "me gusta" en la nube.
Un tiempo para disfrutar del aliento de una sonrisa; del suspiro de una caída de ojos; de esas miradas perdidas.
Y disfrutar de lo que me queda por aprender. Porque continuaría cambiando todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro.
Me parece que ahora viene un tiempo en el que el futuro ya no existe: solo hay escenarios posibles y probables. Y que, cuando pasen, nunca serán exactamente como los habré imaginado.
Te abrazo
Ingenuidad. Conmigo o sin mí.
No
entiendo otra manera de amar que siempre desear lo mejor. Conmigo o sin mí.
Todos
tenemos un "ojalá" lleno de esperanza.
Ya
ha pasado mucho tiempo. Y, de hecho, todo sigue igual. La gente puede ir a
trabajar, puede ir a estudiar y, por el contrario, todo lo que vale la pena,
pasearse a cara descubierta, dar abrazos o un cariñoso (sincero) apretón de
manos, nos continúa prohibido. Se nos hace extraño incluso cuando lo vemos en
la ficción de una película.
Hacer
un café, quedar con los amigos, con la familia y caminar despreocupadamente,
continúa vetado en un régimen de incertidumbre. De una condena en una especie
de prisión preventiva e indefinida que no sabemos cuándo caducará.
No
he tenido demasiadas interacciones reales, sin una pantallita, un dispositivo o
una mascarilla en medio. Y, aunque soy de los que piensan que la sociabilidad
está sobrevalorada, es difícil soportar la presión psicológica en nombre de un
supuesto bien superior (aunque la vida siempre ha sido y es incierta).
Sacrificamos
libertades personales, de movilidad y casi de pensamiento. Cada minuto que no
pasamos con nuestros amigos y seres queridos, es un tiempo perdido que no
volverá. Toda esta idea de mantener la economía activa, sacrificando
paralelamente algunos sectores enteros sin ningún tipo de compensación, me da
que pensar.
Y
sí, evidentemente, la amenaza invisible sigue allí, y nos pilla rezando para
que una lotería siniestra no toque cerca: La de la salud. Porque la otra ya
hace tiempo que nos ha tocado: El gordo a muchos y la "pedrea" a
todos. (De esta lotería, sí)
No sé. Tengo la impresión de que la
ausencia de ayudas reales a autónomos y pequeñas empresas, ERTE que no llegan,
SEPES que no funcionan, gente que no llegan a fin de mes parece una planificada
aniquilación hasta la extinción de aquellos grupos de clase media: Aquellos que
solo pensaban en tirar sus familias adelante con iniciativa, empuje y trabajo.
Aquellos que mientras lo hacían, además de a la familia, sacaron el país
adelante.
Si me ha perdido algo, ha sido siempre la ingenuidad. Y no quiero creer que tal vez esta pandemia es la oportunidad deseada por un poder inclemente que no conoce el sentido de las palabras decencia ni moral. Pero es que ... Quiero tener un "ojalá" lleno de esperanza. ¿Ingenuidad? El niño que llevo dentro no entiende otra forma de amar que siempre desear lo mejor. Conmigo o sin mí.
Te abrazo