Espero darte que pensar. Porque estoy seguro que, la solución, no te la voy a dar. Al menos por aquí. A lo mejor, la historia que te voy a contar, tal y como recuerdo que me la contaron, puede ser un buen preámbulo para que la encuentres.
Desde que hice la entrada El Problema hay quien, no sin cierta parte de razón, me ha dicho que sí, que eso está muy bien, pero ¿Qué ocurre cuando el problema lo tengo directamente yo?
Es cierto: No me gusta hablar de “el problema”. Incluso, si te fijas, esa palabra no está en la lista de etiquetas que tienes en la derecha. Ya tiene tela que después de casi tres años de blog, ningún post haya merecido esa etiqueta. ¡Incluso ni El Problema!
Y es cierto también que, cada uno de nosotros…
TENEMOS EL PROBLEMA MÁS GRANDE DEL MUNDO: EL NUESTRO
Y como que es nuestro, que cada palo aguante su vela. ¿Verdad? Pues seguramente sí. Aunque creo que, al final, por grave que sea eso que nos ocurre, –que te voy a contar a ti-, se trata de enfocarse en la solución. No en el problema.
Recuerda que siempre puedes recurrir a:
Eso es para que te rías.
Ya sé: Es difícil. Quizá… de lo que se trata es de que no lo empeoremos nosotros mismos. Nosotros solos. Esta historia quizá te ayude…
Cierto día, un granjero se decidió a reparar un viejo cobertizo que tenía en una granja. Decidió contratar a un carpintero que se encargaría de todos los detalles de la restauración.
Al cabo de un tiempo fue a la granja para verificar como iban todos los trabajos. Llegó temprano y se dispuso a colaborar en las tareas que realizaba el carpintero.
Ese día parecía no ser el mejor para el carpintero. Su sierra eléctrica se había estropeado haciéndole perder dos horas de trabajo. Después de repararla, un corte de electricidad en el pueblo le hizo perder dos horas más de trabajo. Tratando de recuperar el tiempo, partió dos sierras de su cortadora. Ya finalizando la jornada, la cola de pegar que disponía no le alcanzaba para mezclar su fórmula secreta de acabado.
Después de un día tan irregular, ya disponiéndose ir a su casa, la camioneta se le negaba a arrancar. Por supuesto, el dueño de la granja se ofreció a llevarlo. Mientras recorrían los hermosos paisajes de la granja, él iba en silencio meditando. Parecía un poco molesto por los desaires que el día le había jugado. Iba con el ceño fruncido. Sus manos estaban llenas de señales fruto del trabajo. No sólo de ese día, sino que mostraban una gran capacidad para soportar duras pruebas de fortaleza. Esas manos mostraban hoy contrariedad. Las iba paseando lentamente por su boca. Después, se frotaba las rodillas en una señal inequívoca de impaciencia y ansiedad.
A lo largo de los treinta minutos de recorrido por los caminos de los campos fue relajándose posando su mirada en la belleza de esa primavera. Llegaron a la casa del carpintero y, por sorpresa, lo invitó para que conociera a su familia.
Mientras se dirigían a la puerta, el carpintero se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, de color verde intenso y por demás hermoso. Tocó varias ramas con sus manos, mientras admiraba sus preciosas hojas.
En ese instante, esas manos duras, rudas y callosas, preparadas para los grandes esfuerzos, transmitían una extraordinaria delicadeza con las ramas y las hojas.
Cuando abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba iluminada por una gran sonrisa y la alegría se musicaba en su voz con ese: “Hoolaa!!! Ya estoy en caaaasaa!!. Sus hijos se lanzaron sobre él, dando vueltas en la sala. Le dio un beso a su esposa y lo presentó. Le invitó a un refresco y a una suculenta merienda. Al acabar la visita, el carpintero acompañó al granjero hasta su coche.
Al salir, cuando pasaron nuevamente cerca del árbol, la curiosidad fue grande y el granjero le preguntó acerca de lo que le había visto hacer un rato antes. Le recordó su conducta con el árbol.
¡Ah! Ese es mi árbol de los problemas, contestó.
Y le explicó: Sé que no puedo evitar tener dificultades en mi trabajo, percances y alteraciones en mi estado de ánimo. Pero una cosa es segura: Esos problemas no pertenecen ni a mi esposa y mucho menos a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el “árbol de los problemas” cada noche cuando llego a casa.
Al salir por la mañana los recojo nuevamente, porque tengo que solucionarlos. Lo divertido es, dijo sonriendo el carpintero, que cuando salgo por la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.
El dueño de la granja volvió a su casa meditando sobre la estrategia del carpintero para ser más feliz y evitar contaminar el hogar con los problemas laborales. Ese paseo había valido la pena hoy.
Llegó a la granja y se dispuso a seleccionar su árbol de los problemas. Y desde entones cada vez que llega a su hogar ya sabes qué es lo primero que hace.
¿Y tú? ¿Que haces? ¿En que árbol cuelgas tus problemas? ¿En este?
Te abrazo.