Pablo tiene algo más de 50 años y me lo encuentro en una callejuela poco concurrida, por la que se acostumbra a atajar. Parece esperar a alguien allí en el único rincón de la calle donde hay un pequeño rayo de sol.
- ¿Qué haces por aquí?, -le pregunto-. ¿Esperando a alguien?
- Ya ves:Tomando el sol. -Me contesta-.
Seguramente al ver mi expresión, me aclara:
- He salido a dar una vuelta para despejarme y al pasar por aquí, en este trocito que da el sol, aprovecho para disfrutarlo.
- Pues yo voy a hacer un café. ¿Te apetece? –Le digo mientras le doy un golpecito en el hombro.
Al mismo tiempo que asiente, echa a andar y lo hace en el mismo sentido que yo llevaba, poniéndose a mi lado.
Ya en la cafetería, decido no iniciar ninguna conversación ni preguntarle nada. Le damos un par de sorbos a nuestro respectivos cortados, muy espaciados entre sí. Parece que Pablo decide romper ese silencio.
- Hace tres o cuatro horas, que acabo de enviar el enésimo currículum. Enviarlo me ha obligado a repasarlo y revisarlo por enésima vez. Hace ya muchos días removiendo el tema. Y haciendo y rehaciendo cartas de acompañamiento…
Ahí hace una pequeña pausa. Su actitud es buena. Su expresión y su comunicación no verbal también. Pablo siempre ha sido un guerrero, y mantiene ese espíritu. Pero, el par de veces que suelta la palabra “enésimo”, resuenan en mi cabeza como “pesadas”.
En esta pausa, Pablo fija su mirada en el exterior de la cafetería. Mira sin ver: Una de esas miradas que van al interior de uno, más que a lo que se está mirando fuera. Vuelve de ese viaje interior para tomar otro sorbo y continuar:
- Cada vez que no sale bien, te planteas que es lo que podrías haber hecho mejor o diferente. Y, mientras, a continuar trabajando: Hacer lo que tienes que hacer. Y a buscar. Y a ir tirando. Supongo que las últimas semanas han sido especialmente intensas y hoy me está saliendo algo difícil de explicar. Hoy tengo la pausa suficiente para coger perspectiva y ver mejor. Ver lo que durante unos días sólo he podido mirar. Y se juntan muchas cosas en la cabeza.
Aún no sé muy bien cómo puedo ayudarle. Ni tampoco si quiere o necesita que le ayuden. En cualquier caso, decido preguntárselo para ver que propone.
- ¿Puedo echarte una mano en algo?
- Hombre, con tu experiencia leyendo tantos y tantos currículums, ¿Te importaría darles un vistazo a los míos y así me das tu opinión de lo que ves en ellos? Cualquier sugerencia será bien recibida.
Mi intuición me dice que su petición nada tiene que ver con mi visión técnica. Esto se solucionaría con un: “Envíamelos, les echo un vistazo y te digo lo que”. Creo que va más allá de la lectura y evaluación de sus CVs.
Creo que lo que necesita es comprensión y empatía a modo de tirita para su soledad y un analgésico para su incipiente dolor de autoestima.
Podría sacar el famoso BILLETE. Pero esa historia Pablo ya se la sabe.
Mientras le doy vueltas, Pablo saca unos papeles de un bolso que lleva en bandolera del que yo apenas había reparado. Me cuenta que ha estado navegando entre diferentes currículums: el CV 2018 de gestión, el CV 2017 en el que había aquello… El CV que envió al último anuncio, el que envió a aquel otro… Y ya ha hecho el envío de la versión nueva que ha construido para la ocasión de esta mañana. Y que qué me parece.
Sobrevuelo con la mirada esos folios, parándome encima de algunos detalles. Son todos parecidos, pero él insiste en destacarme los matices y detalles que los hace diferentes. Me doy cuenta que, en su afán, está empezando a dar importancia a cuestiones que, objetivamente hablando, son menores. Sobre todo porque la lectura que va a hacer el destinatario va a estar, muy probablemente, cargada de displicencia.
Es entonces cuando, dándole la vuelta a uno de esos papeles, se me ocurre decirle:
- ¿Y si hicieras el currículum ahora, de nuevo, que pondrías? Explícame quién eres. Explícale al mundo quién es Pablo. Quién es Pablo hoy y adonde va.
Su mirada vidriosa me dice que he tocado. No querría herirle: Un golpe dado en mal lugar o en mal momento puede producir eso. Justo cuando veo que sus ojos parecen inundarse, se ilumina una sonrisa en su cara, que llena todo el local de luz. O quizá solo mi corazón, pero produce el mismo efecto.
Manteniendo su sonrisa entiendo que acepta el juego. Y mucho más: se asocia con complicidad traviesa a mi propuesta. Entiende lo que quiero y pretendo. Y tras un tiempo en silencio, acariciando el boli, mirando fijamente ese papel en blanco, me escribe…
Currículum vitae
He aprendido y…
Pretendo conjugar los verbos en presente.
Para alejarme, en un salto, del pesar
de un pretérito que no fue perfecto.
Vengo…
Con lo que he sido y con lo que seré.
Con edad suficiente para saber disfrutar
los momentos de claridad escasos.
Recogiendo la fuerza que dan,
para continuar buscando esa luz.
Tan esquiva y fugaz. Como un horizonte:
Tan inalcanzable como imprescindible.
Tengo…
Una interminable lista de sueños aún por cumplir.
Un voluminoso equipaje lleno
de errores que no resultaron fatales.
Esa edad, con la presbicia necesaria
para dejar de observar detalles que afean.
Aunque al mirarlos sepa que están.
Busco…
Poner la invencible fuerza que tienen los débiles.
Sentirme vulnerable para poder sentirme invencible.
La pasión que se esconde en el rincón
entre lo que he amado y lo que amaré.
La incertidumbre del que siempre se atreve.
La indulgencia de las estimulantes promesas.
Encontrar la insignificante prueba de mi existencia
entre lo que perdí y lo que ganaré.
A quien sea capaz de entenderlo.
Entenderle es valorarle. Yo le entiendo pero sobre todo le valoro. ¿Le entiendes tú?
Te abrazo