Los integrantes de una humilde familia hacían lo posible por ser felices, pero como eran tiempos duros, a veces resultaba difícil. Bastaba con ver la fachada de su casa para darse cuenta de que algo no iba bien. Ya no se preocupaban por limpiar las ventanas, ni cuidar el pequeño jardín que tenían al frente. La cerca estaba totalmente desbaratada y la puerta principal ya no tenía pintura.
Un día, el hijo mayor fue al mercado y mientras estaba allí, observaba con curiosidad a la gente que compraba entusiasta.
Le llamó poderosamente la atención un bello jarrón, en un pequeño puesto donde vendían artículos de segunda mano.
Al verlo, entusiasmado, buscó las pocas monedas que tenía en el bolsillo: Era lo justo que se requería para comprarlo, pero hacerlo significaba que se quedarían sin dinero.
Pensó que no estaban para derroches, pero… ¡Era tan especial! Además, a su mamá le encantaría. El vendedor, mientras se lo envolvía, le dijo: Disfrútalo y cuídalo mucho, porque este jarrón es mágico.
Y en efecto, toda la familia se entusiasmó con su compra, y nadie le reprochó que se hubiera gastado sus últimas monedas en él.
Un día, al observar la belleza del jarrón, el padre se dio cuenta de lo arruinada y descuidada que estaba la sala. Así, que sin pensarlo, entusiasta, buscó la brocha y un poco de pintura que quedaba y en pocas horas dejó la habitación como nueva.
Cuando el segundo hijo vio lo bien que quedó la sala, tomó un cubo con agua y jabón y lavó todas las ventanas. Cuando el tercer hijo miró a través de estas, notó el terrible estado en el que estaba el jardín, así que cortó el césped, quitó las malas hierbas y removió la tierra. El cuarto hijo, al ver la tierra limpia, plantó semillas.
Cuando llegó el verano, la hija menor salió al jardín y notó que habían florecido las margaritas; cortó algunas y se las llevó a su madre para que las pusiera en el “jarrón”.
En el margen derecho de este Blog hay una cita que dice: “Los cambios se dan en unidades imposibles de medir”.
Cito a Kofi Annan, Ex Secretario General de las Naciones Unidas, cuando al recibir el Nobel de la Paz, en 2001, dijo en su discurso:
El segundo argumento de esperanza reside en el así llamado efecto mariposa. Él es una derivación de la física cuántica que nos enseña: todo tiene que ver con todo y somos todos inter- retro-dependientes. Por eso cada individuo es un eslabón de la inmensa corriente de energía y de vida y cuenta mucho. El efecto mariposa representa una concreción de este principio. Fue identificado en 1960 por los que hacen previsiones meteorológicas. […] Pequeñas modificaciones pueden ocasionar grandes cambios. Entonces se dice: “Si una mariposa en Hong Kong bate sus alas, puede provocar una tempestad en Nueva York”. O como en un estadio de fútbol: basta que algunos comiencen a hacer la ola y, de repente, todo el estadio es contaminado y surge una inconmensurable ola. Es el efecto mariposa: un pequeño gesto puede ocasionar grandes transformaciones.
No pretendo concienciarte de que, hasta la más ínfima decisión que tomes, puede repercutir en el resto de tus días. No es eso. Quiero recordarme a mí mismo (y a veces gritarle a todo el mundo) que no basta con conformarse, que no vale quedarse parado bajo la excusa de que uno es solo un granito de arena en una playa entera, y contra eso no se puede luchar.
El pequeño gesto de cada uno sirve. Decir “NO” a situaciones injustas, sirve. Plantarle cara al status establecido, cuando no es el correcto, sirve. Enfrentarse cual David al Goliat que supone la sociedad actual, sirve. Lo que no sirve es la comodidad de pensar: “no está en mi mano”.
Yo no paso por eso. Yo agitaré mis alas siempre que sea necesario. Provocaré tsunamis, o tal vez no. Pero sabré que he agitado mis alas.
Sabiendo que la fuerza no está solamente en el gesto (por pequeño que sea) sino en el entusiasmo con el que se realiza ese gesto.
Te abrazo. (Hoy con un entusiasmo especial)